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Viernes 16 de enero de 2009 por desconocido
Hecho único, sino un proceso interminable. El hombre ha de cumplirla sin interrupción, tomando sobre sí el deber de encaminar hacia su perfección lo inicialmente creado".
Rubén Bonifaz Nuño ha encontrado esa concepción antropológica y cosmogónica en un antiguo texto, un manuscrito francés del siglo XVI llamado Histoyre dy Mechique:
"Allí se lee cómo dos Dioses, luego de haber hecho bajar al ser humano a la superficie de aguas sin creador conocido, y tras advertir en él ciertas partes de naturaleza serpentina, sienten despertar en sí mismos la necesidad de crear; a fin de satisfacerla, se transmutan ambos cada uno en una gran serpiente; descienden entonces, así trasmutados, hasta el ser humano. Lo asen por pies y manos y, oprimiéndolo por en medio, lo dividen en dos; con las mitades así obtenidas crean la tierra y el cielo".
Desde Cuicuilco a la Pirámide del Sol, desde las selvas del pasado olmeca a la majestuosa Calzada de los Muertos de Teotihuacán, desde el viejo dios del fuego a la telúrica Coatlicue, el mito que ha encontrado Rubén Bonifaz Nuño desentraña la verdad de la materia y del espíritu, desnuda a ambos, los hace explotar, los regresa a su unidad constitutiva y a través de la iconografía mesoamericana -admirable y digitalmente tratada por Octavio Quesada García y Karla Yadira Marroquín para este Museo- arrebata en un viaje transformador hacia el centro del hombre y el centro del cosmos... ![]() |
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